miércoles, junio 27, 2007

Radiografía que muestra cómo somos los uruguayos

El trabajo realizado por el Observatorio de Montevideo, un grupo de estudios dependiente de El Abrojo y bajo la conducción del sociólogo Gustavo Leal, será sin duda desmenuzado informativamente y servirá para radiografiarnos a los uruguayos que, luego de este análisis, aparecemos en facetas ya intuidas, pero cuya confirmación es un hecho que muestra aspectos preocupantes para el desarrollo de la sociedad misma.

Es que no somos lo que parecemos. Ni tan democráticos, ni tan defensores de los derechos humanos, ni tan solidarios, ni tan igualitarios. La uruguaya es una sociedad repleta de claros y oscuros, de profundas huellas que pueden ser el resultado de frustraciones de una sociedad temerosa, metida en sus casas por un miedo creciente por el crecimiento de la violencia, con demostraciones de egoísmo y carencia de solidaridad. Una sociedad que discrimina, aunque se niega a admitirlo, que viola abiertamente los derechos humanos, pero vive acusando sólo a quienes en el pasado, en una etapa negra del país, lo hicieron, olvidándose lo que está ocurriendo hoy mismo en nuestras cárceles.

Casi cuatro de cada 10 opinan que la sociedad uruguaya es "poco o nada" democrática y casi siete de cada 10 dice que es "muy o bastante" conflictiva, según la encuesta de "percepción de exclusión social y discriminación". "El mito democrático es algo distintivo en Uruguay. Los uruguayos nos sentimos democráticos y nos gusta decirlo, pero al parecer no todos nos sentimos de la misma manera", dijo Gustavo Leal. Y no sólo eso, porque según la encuesta, la sociedad uruguaya es poco o nada exigente de sus derechos, de sus obligaciones y deberes, y de la igualdad ante la ley. Por ejemplo en materia de derechos humanos, los defendemos genéricamente, pero pisoteamos cuando se trata de temas vinculados a intereses que nos tocan.

Por otra parte casi el 50% de los encuestados afirma que tiene interés en la política y que participa activamente; un 20% dice que no le interesa mucho y un 30% afirma que no le interesa nada. La participación activa en asociaciones u organizaciones parece escasa: "de mujeres" alcanza el 3,3% entre las mujeres, "de grupos de jóvenes" representa el 6,5% entre los menores de 30 años, "de la tercera edad" el 8,3% entre las personas de 60 años y más, "de profesionales" el 37,4% entre las personas que tienen 16 o más años de estudio, y de "sindicato" el 10,5% entre los que trabajan.

Son datos y más datos para interpretar y desentrañar en su esencia. Hay un capítulo dedicado al miedo que ha provocado el crecimiento de la violencia y el delito en la ciudad, lo que lleva a centenares de miles de personas a recluirse en sus casas, considerando a la ciudad como un territorio hostil, que se debe evitar. Por temor a ser víctima de una acción violenta 350.000 personas dejaron de "caminar por las calles", 289.000 no van más de compras a determinados lugares, 316.000 limitaron sus actividades recreativas y 66.000 no aceptaron un trabajo.

El estudio fue realizado entre octubre y diciembre de 2006 en 4.392 hogares de Montevideo, Canelones, Florida y Ciudad del Plata con la coordinación de El Abrojo y la recolección de información del Instituto Nacional de Estadística.

Uno de los resultados a "destacar", según el coordinador del estudio es que la mayoría absoluta de la población, 56%, "no confía en la policía de su barrio". Los jóvenes son quienes menos confían en la policía: 75% no lo hace, de acuerdo a la encuesta. A medida que aumenta la edad, también hay una mejor relación con la autoridad. Las personas de 60 y más años se sienten mayoritariamente seguros (61,7%) con los efectivos de su barrio.

Por supuesto, es un tema mayor y debemos seguir analizándolo. *

viernes, junio 01, 2007

Época de exámenes

Como sucede con tantas otras cosas dispuestas cíclicamente, que vuelven cada año, nos encontramos inmersos en la época de exámenes, que afecta a una buena proporción de la población.

Los medios de comunicación ya se han hecho eco de esta actividad estacional, advirtiendo de los riesgos de ciertos hábitos, como tomar estimulantes para poder permanecer despiertos, a pesar de las noches en vela, tratando de asimilar conceptos, datos. En unas pocas semanas se pretende asimilar largos programas de variadas disciplinas que deberían haberse dosificado a lo largo de los meses. Muchos estudiantes, a la caza del aprobado, apenas si habrán tomado contacto intelectual con los contenidos de gran parte de las materias de los planes de estudios durante este período de reclusión casi forzosa, para olvidarlos con la misma rapidez.

Tales agobios, esa sensación de jugarse el rendimiento académico de todo un curso en el último minuto, la psicosis generalizada que somete a miles de jóvenes a un estado de ansiedad durante casi dos meses no dejan de suponer una llamativa ostentación de un gran fracaso en el sistema educativo. No es casualidad que el índice de fracaso escolar alcance niveles tan altos y es que no hay indicadores que puedan medir los índices de motivación de los estudiantes hacia unos estudios que se hacen por obligación. En esas condiciones, el afán por adquirir formación que prepare para salir adelante en la vida, o la afición por conocer y aprender parecen metas utópicas
Habría que proponer el viejo ideal de estudiar para aprender, reclamar de los docentes que pongan los medios para que se despierte el hambre de conocimiento y sabiduría, recuperar los hábitos cotidianos del estudio y la lectura. De esta forma, los exámenes no son más que una mera constatación de que vamos por el camino acertado, un ejercicio de evaluación dosificada a lo largo del curso, que nos lleve tranquilamente al final de los ciclos académicos. Al menos, notemos lo absurdo del modelo que se está aplicando en estos momentos.

Mª Dolores F.-Fígares