sábado, julio 07, 2007

EL EGOÍSMO DE LOS GERONTES

El Uruguay se caracteriza por el frecuente predominio de líderes muy mayores, personas de avanzada edad en niveles de poder y decisión; y, como lógica contrapartida, por la dificultad de los más jóvenes en abrirse camino y ocupar altas posiciones.

EDUARDO HEGUY TERRA ESPECIAL PARA EL OBSERVADOR

Esto es bastante evidente –pero no exclusivo– en el ámbito político. Muchos de los dirigentes de primera línea están en la conducción partidaria durante varias décadas, como lo mostró El Observador del sábado pasado en “Abuelocracia”, un interesante informe. Son casi los mismos nombres los que desde hace lustros presiden la crónica política de los medios de comunicación.
Esto ocurre en el Partido Colorado, al que le cuesta renovarse, dada la persistente presencia e indiscutible autoridad de sus líderes históricos. Ocurre en el sector Herrerista del Partido Nacional, con notorias dificultades para estructurar sus candidaturas y, a la vez, hacer la transferencia de liderazgo a los más jóvenes o a aquellos otros que, sin serlo, aspiran a tener la oportunidad de disputar en las internas la candidatura a la Presidencia de la República. Y este fenómeno también ocurre, y de manera bastante generalizada, en los diferentes sectores, partidos y movimientos que integran el Frente Amplio. Lo vemos en el gobierno, tanto en el gabinete como en varios de los referentes parlamentarios.

Evitamos dar nombres. Sería un poco agresivo. Y no es nuestra intención. Porque no se trata, y es bueno aclararlo, de rechazar la presencia de los más veteranos, en ninguna actividad. La experiencia, la sabiduría y la visión que dan los años, tiene un valor inestimable. El aporte de los mayores es necesario, conveniente, esencial. Lo que tiene que ir variando es la posición o el lugar desde el cual el aporte y la contribución se realizan. No ya desde el ámbito ejecutivo, en el cual el vigor hace diferencia; pero sí desde los puestos de consejeros, referentes doctrinarios y orientadores de las grandes líneas de pensamiento. Es algo que está en la base misma de los sistemas legislativos bicamerales, como el nuestro; la cámara de diputados para los más jóvenes, la de senadores para los mayores; todo con equilibrio y en su justa medida.

Estos criterios, en mi opinión, son válidos tanto para la actividad pública como para el mundo empresarial. También en la actividad privada es importante abrirles espacio a los más jóvenes; sin perder la experiencia de los mayores. Lo que debe temerse y combatirse, porque perjudica a las organizaciones –reiteramos, sean estas públicas o privadas–, es el egoísmo de los gerontes. Su anquilosamiento en los puestos de conducción, la negativa a retirarse a tiempo y con honor, a dejar el lugar a las nuevas generaciones, el empecinamiento en conservar cargos como si fueran un patrimonio personal, debe evitarse y resistirse. Ejemplos sobran. Basta con pensar en el mundo del fútbol. Carecen de autocrítica y, secundados muchas veces por una burocracia que les responde, se oponen a los cambios.

Ese fenómeno de resistencia al cambio, de miopía existencial, lleva a las personas mayores a trastocar prioridades, para terminar confundiendo roles y objetivos. El servidor de una causa termina, casi sin quererlo, sirviéndose de ella. El funcionario deja de estar para la función y la función se pone al servicio del funcionario. El partido político se personaliza a tal punto que se debilitan las raíces, se olvidan las tradiciones y los fundamentos; a la organización cívica se la mezcla y confunde con las ambiciones personales de sus dirigentes. Se juzga al partido por el juicio que merecen sus líderes. Lo cual se agrava cuando se prolonga el protagonismo hegemónico por décadas. Esto no es bueno para las organizaciones. Y, cuando se generaliza y expande, tampoco lo es para un país. Por eso, si son siempre las mismas personas, se repiten los temas y las discusiones son casi idénticas, cuesta tanto superar el pasado, dejar atrás los viejos rencores.

Muy por el contrario, cuando los mayores tienen visión y generosidad, cuando se preocupan por la vitalidad de las instituciones, forman sucesores, los ayudan a creer y a crecer, promueven la actualización temática y el recambio generacional, reservándose para sí, legítimamente, con todo derecho y con inteligencia, el rol de consejeros, de orientadores, de sabios de la tribu, custodios del pensamiento fundacional y de la pureza doctrinaria inspiradora de las organizaciones, estas se fortalecen, florecen y se proyectan, en las nuevas generaciones, con un vigor y una energía que de otra forma es inalcanzable. Eso es lo que queremos para nuestro país. Un país donde cada generación sepa pasar la antorcha, como algo natural, para que la siguiente pueda realizarse y trabajar en el presente para construir el futuro. Sin exclusiones. Sin frustraciones. Sin tener que emigrar para poder ser.

lunes, julio 02, 2007

Eclecticismo

Eclecticismo

Se llama Eclecticismo a la posición filosófica que, sin objetar a priori cosa alguna, las analiza y contempla, las compara y relaciona, a fin de buscar las mejores, para destacar finalmente la más calificada como digna de aceptación.

Esta definición clara y concisa es frecuentemente olvidada en el uso vulgar del vocablo y en la interpretación superficial del concepto. Así, suele entenderse por “actitud ecléctica” la de los pusilánimes e indecisos. Para ellos, “eclecticismo” es bizantinismo dialéctico y diálogo en redondo, sin arribar ni arriesgarse jamás a una definición fecunda.

Si a uno de estos cultores del falso eclecticismo se le enfrentase con dos personas, una que afirmase que dos más dos son cuatro, y otra que sostuviese que dos más dos son seis, saldría del paso insinuando que dos más dos bien podrían ser cinco. Tímidos y abúlicos, fundamentalmente egoístas, no se arriesgan en la defensa de lo cierto, aunque son proclives a la crítica destructiva de todas las aseveraciones, por lógicas que sean.

Hoy, más que en otras ocasiones históricas, hace falta un verdadero eclecticismo, con escasa silogística y solera conceptual. En las cosas fundamentales, un artificial y cómodo “centrismo” suele ser una actitud de cobardía y una muestra de ignorancia. El sentido común nos dicta que nadie acepta un automóvil que funcione a veces, un huevo medianamente fresco, un reloj que en ocasiones adelante y en otras atrase. Para las cosas importantes urge definirse: se está vivo o se está muerto; se ama o no se ama; es de día o es de noche. El eclecticismo no comprende la indefinición en menoscabo de la realidad. El eclecticismo, si es verdadero, es un acceso a la verdad; y una vez descubierta esta verdad se la debe mostrar, afirmar y proclamar, pese a quien pese y caiga quien caiga.

Eclecticismo no es la eterna duda cartesiana, sino la laboriosa afirmación platónica; no es la angustia de Kafka, sino la voluntad de ser de Schopenhauer; no es la contemplación abúlica y descomprometida sino la historicidad de la juventud que sabe por qué vive y por qué muere. Cuando el Nuevo Testamento rechaza a los tibios, sabe por qué lo hace. El agua caliente cocina los alimentos; la fría calma la sed; pero la tibia sólo sirve para fomentos y lavados de estómago.

En este mundo conflictivo en donde el materialismo arremete contra todo lo digno y bueno, los falsos eclécticos son sus colaboradores más temibles, pues con sus posturas atentan contra las fuerzas de la verdadera filosofía y del verdadero eclecticismo.
Debemos ser eclécticos, pero de los verdaderos, de los activos buscadores de la verdad; de ésos que, cuando la encuentran, la descubren y la proclaman sin concesiones a la pobreza intelectual, a la conveniencia ni a la moda.


Jorge Ángel Livraga